Hablando de Hidrofobia (parte I y II)

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    Tomate©
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    Leyendo el post sobre el conejo que ataca a las personas y perros veo que alguien nombra a la Hidrofobia (rabia) y enseguida me vino a la mente este relato de cacería que habla de un león hidrofóbico, describe síntomas y características además de ser un relato de caza que a los amantes de la especialidad puede interesar.
    Ojalá les guste

    Un abrazo


    Saludos desde Rosario, Argentina
    Presumiendo ser el 1º Socio Honorario de la S.T. T.D.P
    Tomate©
    q=)

     


    ENCUENTRO HIDROFOBICO CON UN LEON
    Traducción de Ricardo Jezzi de su original en inglés

    En otra oportunidad he hablado de Ganyana, así que omitiré la presentación. El artículo que sigue fue publicado por él en African Hunter Magazine y es interesante porque toca un tema casi desconocido (aquí):
    “La rabia es una de esas enfermedades que suscita un terror instintivo en el hombre. Una vez que aparecen los síntomas es prácticamente incurable y un modo horroroso de morir. En realidad, lo mismo le ocurre a cualquier animal infectado, ya que el virus destruye el cerebro y los nervios, causando espasmos increíblemente dolorosos y la pérdida de todo control. Los animales se vuelven locos, mordiendo cualquier cosa que tengan al alcance y tratando de librarse de sus padecimientos atacando a otra bestia, pero también a matorrales, rocas, etc. En las primeras etapas, los cambios mentales producen una sensación de intensa inseguridad, originando en los afectados el deseo de buscar la compañía de otros de su especie e incluso del hombre. A veces, la primer señal de una epidemia de rabia es que los chacales y las civetas se muestran a plena luz del día y parece que buscaran una caricia humana detrás de las orejas. De hecho, esta es la forma en que ocurre la mayoría de los contagios a los hombres, generalmente en chicos que encuentran fascinante el que animales supuestamente salvajes parezcan domesticados.

    Crecí con un profundo miedo de los chacales. Participé de un incidente con un chacal rayado rabioso que me mordió cuando tenía algo más de 3 años, y; si bien no recuerdo el suceso, seguramente me dejó marcado. Más tarde, al trabajar como Oficial de Parques, tuve la tarea de secundar al encargado del departamento veterinario en la recolección de especímenes para un proyecto vinculado a la hidrofobia. En ese entonces, Matabeleland estaba sufriendo la peor epidemia de rabia en décadas, y; para empeorar las cosas, se había descubierto una rara variedad del virus en un gato doméstico, la llamada Makola. Por cierto, la vacunación standard no protegía a los animales contra la variedad Makola y el tratamiento habitual en humanos ofrecía escasas probabilidades de curación. El resultado fue el pánico.

    La solución intentada fue tratar de eliminar toda la población de chacales infectados y los demás animales que pudieran transmitir la enfermedad, además de determinar la extensión de la difusión del virus Makola. La investigación fue asignada al competente Dr. Chris Foggin, que era el jefe de la división veterinaria para la Vida Salvaje.
    Era un problema difícil. Poner cebos envenenados para matar a los chacales era un procedimiento común, pero los asistentes también colocábamos trampas para atrapar vivos a los gatos salvajes, civetas, servales y murciélagos. De la mayoría de los capturados, bastaba con tomar una simple muestra de sangre, pero de los chacales, murciélagos y otros transmisores supuestamente rabiosos, se tomaba también una muestra del cerebro. Estábamos pre vacunados como protección contra el más común de los virus de la rabia y contra el Makola, pero usábamos también gruesos guantes de goma y Jik (un compuesto con base de cloro) para limpiar todo. Era una tarea peligrosa, a la que añadía mayor “atractivo” una guerra de guerrillas que se desarrollaba en el área. Ciertamente, el ejército se atribuía la mayoría de las muertes, pero los disidentes tomaban como blanco a cualquier integrante del gobierno que pudieran, y, los pequeños grupos de tareas de veterinarios y personal de Parques Nacionales eran siempre interesantes para ese fin.

    Cada noche era una ejercitación en controlar los nervios y el miedo. Los chacales aullaban afuera de las casas donde permanecíamos, probablemente rabiosos. El grueso de los granjeros se quedó estoicamente en sus hogares soportando los problemas, pero en algunos lugares nos entregaron las llaves de las residencias y nos dijeron que permaneciéramos allí tanto como lo necesitáramos, mientras que los propietarios se quedaban en las ciudades hasta que pasara la peor crisis.
    Aún a la luz del día, no se terminaban para mí las “pesadillas de los chacales”. Tuvimos uno que nos corrió, mordiendo las puertas del jeep Land Rover. Instantáneamente nos encontramos con tres guías de caza (scouts) subidos al techo y gritándole a Chris que manejara, en tanto que él y yo subíamos los vidrios tan rápido como nos era posible. Finalmente, pude despejar mi ventanilla lo suficiente como para asomar el caño de mi pistola y disparar. En otra ocasión, recibimos disparos de un grupo de disidentes; al detenernos para inspeccionar una línea de cebos y los cinco tuvimos que refugiarnos en la zanja al costado del camino. Dado que el fuego que nos hacían no era particularmente preciso y venía desde un montículo a cierta distancia, pudimos recibir el aviso de que venía en nuestra ayuda una unidad militar de apoyo. Mientras que Chris, un guardia de caza y yo devolvíamos los disparos; el sargento supervisaba la muy importante tarea de hacer el té. En el medio de esta situación bastante ridícula, de pronto apareció un chacal que atravesaba alegremente el fuego cruzado y se dirigía hacia nosotros. Yo tenía un fusil abominable, un modelo “nuevo” Portugués G3, que funcionaba bien con ciertos cargadores, pero fallaba con otros. Era tan difícil de amartillar que yo usualmente colocaba la culata en el suelo y usaba mi bota con todo el peso del cuerpo para iniciar rápidamente su funcionamiento. Como era probable, se trabó en el mismo momento en que Chris y el guardia de caza estaban recargando. Yo traté de sacar la bala trabada, colocar un nuevo cargador, pararme a pesar del fuego hostil y patear la acción para abrirla. Mientras tanto, le gritaba a Chris (que tenía un F.N. F.A.L.) que liquidara el bicho. El terminó de recargar y cumplió con mi pedido.

    En las semanas que siguieron, tuvimos casos de rabia en caracales, civetas, mangostas y murciélagos. Con mi característica habilidad, logré que me mordiera un murciélago infectado y tuve que empezar un tratamiento completo. En este punto, un desesperado llamado de auxilio nos alcanzó. Un león, del que se sospechaba estaba rabioso, había atacado y muerto a dos soldados en un rincón del Parque Nacional de Hwange. ¿Podría alguien encargarse del asunto?. Qué suerte – yo había sido vacunado contra la rabia, terminado mi tercer etapa del tratamiento y por lo tanto tenía derecho a dos semanas de vacaciones -. Desgraciadamente, era un cadete, el grado inferior del escalafón y no tenía a quién endosarle mis obligaciones.

    Continua en la parte II

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