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julio 11, 2013 a las 8:27 pm #23615
luchocas
MiembroMuy pronto se nos terminó lo que podíamos quemar y utilizar como combustible, los truenos no cesaban, aunque se escuchaban algo más distantes y el granizo se convirtió otra vez en nieve, desparramamos las cenizas y nos acomodamos a tratar de dormir y esperar la mañana sobre el lugar donde habíamos tenido el fuego y la verdad que no sé si por la tensión o el cansancio pronto nos quedamos dormidos sobre esa cama tibia y que la sentía mejor que la de un hotel 5 estrellas. Nuestro único abrigo era el poncho, casi seco del guía, pero al rato nos enfrentamos a la muy fría realidad. Un poncho viejo y en realidad casi mojado no abrigaba ni mierda a tres personas.
Después de la tempestad, viene la calma, dice el dicho. Eran pasadas las cuatro de la mañana cuando sentí un barullo y vi una linterna en la entrada de nuestro refugio, ¡era el Marcial!, los gringos habían llegado tarde con los burros y a pesar que subió rápido, la tempestad lo agarró a él también, un poco más abajo y en plena subida a darnos el encuentro. Llegó a duras penas a una cabaña de pastores y ahí esperó a que descampe un poco. Ya no nevaba y la tormenta se escuchaba ahora distante, entre todos prendimos nuevamente el fuego con la leña que traía el Marcial y preparamos la tan ansiada sopa serrana. Sacamos las casacas y la ropa de abrigo seca. Ni bien paró la lluvia, el cholo Marcial, preocupado por nuestra suerte y conocedor de estas rutas, se apresuró, aunque fuera de noche a buscarnos y darnos el alivio de una comida caliente y abrigo. Si era responsable el cholo carajo. Yo estaba en posición fetal, con piernas y brazos totalmente agarrotados, no sentía mis manos ni mis pies y no las podía abrir. La cara la tenía totalmente reseca por el frio intenso de la madrugada y los labios y la nariz, los tenía totalmente cuarteados y adoloridos. Mis pestañas parecían tachuelas clavadas en mis párpados y me costaba abrir y cerrar los ojos. Cuando me pude parar, a la luz de la linterna mi cuerpo se veía totalmente escarchado y brillante, eran cristales de hielo de mis pantalones y camisa que se congelaron durante la noche y luego de acostarnos. La visión de esto era magnífica, pero poco a poco tanto mi cuerpo, como la ropa perdió la rigidez y me fui sacudiendo la escarcha que cubría todo. Todos los síntomas se fueron pasando rápidamente con la llegada del calor del fuego y la ropa seca y adecuada para estos lugares.
Estaba amaneciendo cuando terminábamos la sopa y el calor regresó al cuerpo. Aeropajito con los primeros rayos del sol, había partido a buscar su fierro, escondido la noche anterior. Contrario a lo que pensé, lo encontró rápidamente y llegó a buscarnos listo a partir para empezar a cazar. Yo sólo pensaba en la impresionante cornamenta del macho aquel que vimos en la noche durante la tormenta. Tenía que estar cerca.
Al salir de la cueva me impresionó el azul del cielo, el sol venia saliendo por la cordillera nevada y la vista de estos lugares casi totalmente pintados de un blanco “nieve” y en contraste el cielo con un azul “celestial” era conmovedor. Era difícil imaginar la noche anterior con lo que estábamos viendo. Todo lo que era verde cuando coronamos la cumbre el día anterior, ahora era blanco. Decidimos separarnos para subir las probabilidades de éxito, yo me quedé con Aeropajito y Moisés partió con los burros y Marcial. La estrategia era entrar desde arriba al oconal por dos lados. Las tarucas tenían que estar en los alrededores o en los faldeos cercanos. Empezamos el descenso por el lado derecho de una ladera suave y cubierta de nieve y el profe lo haría por la izquierda. A la distancia se veía la meseta de Marcahuasi y más abajo el pueblo y nuestra ruta de regreso. Unos cientos de metros más abajo se veían el ichu verde y algunas manchas de nieve, yo quería llegar a esa zona para disimular mejor nuestra presencia, pero el camino se nos hacía difícil por los resbalones y caídas. Pronto llegamos a unos riscos de donde se dominaba el oconal de abajo perfectamente, el espejo de agua estaba congelado y reflejaba el sol que teníamos convenientemente a la espalda. Nos acomodamos y me puse a buscar con los prismáticos, vi un grupo de unas 6 o 7 vicuñas comiendo tranquilas cuando escuché el primer tiro. Era Moisés que cortando el rastro fresco de la tropa en la nieve, les hizo una entrada directa y lo sintieron antes de que las vieran y la tropa empezó a correr hacia mi lado y Moisés erróneamente aventuró un tiro a “la mancha”, luego dos, tres y vació el cargador de su Máuser sin resultados. Era a pesar de ser maestro de profesión, muy duro para aprender a cazar. Esto era un ejemplo.
Pero el lance aun no concluía, las vicuñas que tenía a mi lado, se movieron un poco y luego siguieron comiendo tranquilamente y cuando la tropa de unas 10 o 12 llegó a mi lado, como que se pararon inquietas y movedizas, pero viendo a las vicuñas tranquilas y que nadie las perseguía, se tranquilizaron y empezaron, primero las mas chicas y las hembras a comer, y luego el par de machos también. El grandazo era el mismo de la noche anterior, lo tenía a unos 250 metros y ni cagando le soltaría el tiro a esa distancia, tenía que retroceder un poco y hacer un pequeño rodeo del lugar donde me encontraba, para bajar por los peñascos por detrás y caerle a unos 100 metros a lo sumo y siempre desde arriba y con el sol a mi espalda. Moisés empezaba a acercarse lentamente y no sabía si las tarucas me esperarían, le pedí a mi cholo que se quedara en el lugar y siempre a cubierto de las tarucas, le hiciera señas a Moisés para que no jodiera. Me descolgué lo más rápido y silenciosamente que pude y salí en cuestión de minutos al lugar deseado, tragué saliva, quité el seguro y me asomé lentamente por el borde, sin quererlo Moisés me ayudó nuevamente, pues el macho grande no le quitaba los ojos de encima y me permitió ponerle la cruz de mi Tasco en el corazón, lo tenía de costadito y le puse el tiro en el sitio preciso. Levantó las patas, dio un pequeño salto, encorvó la columna y cayó pataleando. El resto de la tropa salió a galope tendido hacia los cerros de mi derecha y Moisés nunca más las vio. La corelock de 150 grains había hecho nuevamente su trabajo perfecto. A los pocos minutos llegaron Moisés y los burros, nos tomamos unas fotos y emprendimos el largo regreso, feliz, cansado, herido, sin dormir, pero radiante. La cornamenta era impresionantemente gruesa y perlada y dio 42 cm a un lado y 41 el otro, muy simétrica. Hoy ocupa un lugar privilegiado en mi sala.
San Isidro 8.12.09Espero les haya gustado.
Saludos y buena caza!!
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