Una perdida en la puna… parte 1

Armas Perú Foros De Pluma, Pelo, Escamas y Espinas Una perdida en la puna… parte 1

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    luchocas
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    Estimados, este es un relato de los años 80, cuando era cazador furtivo de tarucas, esto lo saben en el INRENA, SCI y muchos otros lugares por mi propia boca y la de otros. Formé la Asociación Cinegética del Perú (www.cazaperu.com) para legalizar su caza y otros fines. Todos deben saber que es ilegal cazar tarucas hoy en día, pero estamos trabajando intensamente para que su caza deportiva sea legal.
    Aclarado esto sigamos con el relato:

    Una noche escarchada (sierra de Lima, 1980?)

    Subimos con Moisés a cazar unas vizcachas por la carretera central, no me acuerdo el nombre del pueblo, pero si donde queda, luego de andar algunas horas por las quebradas y con la carga pesada, nos paramos a comer algo y limpiar la panza de las vizcachas, de esta forma aligerar la carga un poco. Cuando estábamos ya por emprender el regreso, llegó un paisano con un burrito y nos metió letra, luego y como teníamos el mismo destino, nos ofreció la acémila para llevar nuestra pesada carga y nos fuimos charlando de bajada al pueblo. Resulta que el paisa había sido guía y compadre del guardia Colque, un policía de la benemérita cuyo nombre es famoso con las personas de cierta edad en toda la zona de la carretera central, porque fue un cazador empedernido y consumado, al punto de ser el abastecedor de carne de venado (principalmente tarucas, por lo que deduzco, en las décadas del 40 a los 60), de el ahora alicaído Hotel Bolívar, el Club Nacional y otros restaurantes.  Incluso, eran famosos los jamones que él mismo preparaba con las piernas. La cosa es que Aeropajito Retuerto, que así se llamaba nuestro nuevo amigo, había sido compañero y fiel servidor de Colque en sus correrías por estas montañas, tenía fama de haber diezmado sin compasión vicuñas y tarucas en toda la zona central, su fiel Máuser lo acompañaba hasta para dormir.
    La pregunta se caía de madura: Oiga don y ¿andan algunas tropas todavía?, “ari taita, vengan cuando quieran que yo los acompaño, el helicóptero cuando sube no caza tarucas, solo las vicuñas y dejan botada toda la carne”, ¿Cooooomo?, “ari taita, desde el aire no mas balean, el pueblo ya sabe y subimos haciendo faena a bajar la carne cuando pasan, con metralleta las tumban taita, ya casi no quedan”. Moisés y yo, nos quedamos cojudos, saque usted, amigo lector sus conclusiones.
    La cosa es que se armó el viaje para el siguiente fin de semana, eran primeros días de diciembre y coordinamos un encuentro en las alturas de San Pedro de Casta, pasando la meseta de Marcahuasi, así la caminata resultaba más corta para nosotros. Llegamos al pueblo como a las 8 de la mañana y nos costó un poco conseguir los burros para las cosas, el plan era encontrarnos al medio día, cazar la tarde, dormir en unas cuevas e intentar otros lances por la mañana si la suerte nos hubiera sido adversa, y regresar como al medio día al pueblo para emprender el retorno a Lima en unas 5 o 6 horas más de viaje. La cosa es que los burros se los habían llevado temprano los turistas que suben a Marcahuasi, que es una meseta muy pintoresca que tiene restos arqueológicos y canales precolombinos y una serie de promontorios rocosos de caprichosas formas, que son el atractivo de propios y extraños, incluso, los más osados, juran que es un punto de contacto con extraterrestres. Marcial, el dueño de los burros, se comprometió a llevar los mismos con algo de leña, nuestros víveres y sacos de dormir esa misma tarde al lugar donde pasaríamos la noche. Los burros regresaban al medio día más o menos, con los turistas y decidimos no esperar y partir a pie, solo con nuestros pertrechos de caza y nada de abrigo, ya que la escalada prometía algunas horas de esfuerzo constante para llegar al lugar convenido a la hora acordada. En toda la ruta hay agua, así que un peso menos por cargar.
    Ascendimos sin problema por el camino corto hasta Marcahuasi, recorrimos parcialmente el lugar que me pareció espectacular y no lo conocía y continuamos a marcha forzada hasta llegar al sitio descrito por Aeropajito como punto de encuentro, el día estaba soleado y ya eran las dos de la tarde cuando vimos a alguien que descendía una cuesta empinada y venia a nuestro encuentro, saqué mis prismáticos y confirmé que era nuestro guía, venia trayendo una escopeta de cañón muy largo y que tenía el mismo anillado como en el primer tercio a consecuencia de un intento de “cazar” una gran trucha en una de las lagunas de la zona. Lo metió unos centímetros en el agua, a fin de no errar el tiro y bueno, no se imaginó lo que le podía pasar. Esto adicionalmente desvió el cañón notoriamente hacia un lado, pero y me consta, no le impedía hacer unos tiros de antología a cuanto bicho le apuntara y no lo vi fallar nunca, incluso a francolinas al vuelo, tanto así se había acostumbrado a la corrección de la puntería con su arma. Llegó a nuestro lado feliz y sonriente, llegó al punto a la hora pactada y como no nos encontró, se fue a un lugar de donde nos vio subiendo y calculó que le daría tiempo de ir a dar una miradita y ubicar los ciervos para ganar tiempo. Y así fue, encontró una tropa en la cual contó más de 20 individuos, dos de los cuales muy buenos machos, se divirtió mirándolos y practicando con su escopeta, ya que la llevaba por costumbre porque no tenía cartuchos.
    Nosotros estábamos algo cansados y él quería partir inmediatamente ya que según nos aseguraba, llovería esa misma tarde, nos preguntó por las cosas y los burros y se quedó tranquilo cuando le dijimos que Marcial subiría más tarde con los mismos, ya que lo conocía bien y dijo que “era responsable”. Como el día estaba soleado y todo despejado, le preguntamos por qué el apuro y su pronóstico del tiempo y nos señaló un picacho algo distante que tenía unos nubarrones que ocultaban su cumbre. “Cuando el Auqui se ñubla, empieza el invierno” y tenía razón.
    Aun incrédulos con la noticia hicimos la estrategia para subir inmediatamente la empinada cuesta, cazar y bajar a las cuevas donde pasaríamos la noche y nos encontraríamos con Marcial, que eran por el lado opuesto al picacho que tendríamos que escalar. Hicimos cumbre como en dos horas y antes de asomar, nos paramos un rato a tomar un respiro y afirmar el pulso, ya que nuestro guía aseguraba que “aquisito no más estaban”, preparé mi rifle, pasé bala y le quité el seguro, Moisés me secundaría e hizo lo propio. Subimos los escasos metros que nos faltaban y vimos la tropa en la banda del frente, como a unos 400 metros, comiendo y pastando tranquilamente. El terreno era una bajada suave pero sin accidentes naturales donde ocultarse para hacer una entrada, fue cuando sentimos el primer trueno, eran ya como las 4.30 y por la emoción de la subida o el cansancio, ni cuenta nos dimos que el cielo estaba totalmente nublado, pero por la hora, el sol brillaba a nuestras espaldas y sobre nuestras cabezas y hacia el este, el cielo y las nubes se movían a gran velocidad y eran de un color gris oscuro. La tropa empezó a cruzar a nuestra izquierda y agarró un ritmo suave pero parejo de marcha, como si se dirigieran a algún lado, pero sin apuro. Esperamos unos minutos a que descendieran un poco y nos ocultara una depresión en el terreno para aprovechar la misma y empezar a acortar distancia. Como a las 5 reanudamos la marcha, los truenos reventaban cada vez más cerca y por la posición que nos encontrábamos el sol ya no lo veíamos, sólo su reflejo x claramente en las nubes sobre nuestras cabezas. Empezó a llover primero suavemente, pero con gotas grandes y luego mucho más fuerte, las nubes parecían ahora estar casi en nuestras cabezas y aun nos quedaba por recorrer unos 300 metros para estar a tiro y ver las tarucas. Cuando llegamos al punto deseado la neblina y la lluvia no nos permitían ver a nuestras presas y distinguíamos a la tropa en movimiento unos 100 o 150 metros delante de nosotros, esta vez caminaban casi al trote. Imposible tirar así y no me quise arriesgar a disparar a cualquier cosa. Los truenos y relámpagos ahora se sucedían a cada minuto y teníamos una tempestad inminente. De un momento a otro el ruido de la lluvia se calmó, no así el de los truenos y empezó a nevar suavemente y nosotros a apurar el paso, no sólo por las tarucas, si no porque era el camino hacia nuestro refugio, casi a los pocos minutos la preciosa nevada se convirtió en granizo y era tan tupido y tan grande que el ruido de la lluvia no era nada y nos costaba incluso hablar en medio de los truenos y la caída del hielo. El piso se puso rápidamente blanco y crujía a nuestro paso, la niebla no nos dejaba ver ahora más allá de 15, a lo sumo 20 metros. La granizada arreciaba e incluso dolía cada pedazo de hielo que te caía en la cabeza, la cara, etc., estábamos totalmente mojados y blancos, ahora la cosa era llegar al refugio, ¡salvarnos!
    Aeropajito escondió su escopeta bajo unas piedras y marcó el lugar, nos pidió hacer lo mismo, ya que según la creencia popular las armas son como para rayos y era peligroso, la verdad el estruendo de los truenos nos hacía retumbar hasta el cerebelo y la cosa pasó muy pronto al color de hormiga, era casi de noche, el piso totalmente cubierto de nieve y hielo, no dejaba de granizar y estábamos totalmente empapados. Llegamos a unos farallones donde decidimos esperar a que la tempestad se calme un poco, de todas maneras era imposible seguir caminando en esas condiciones. Nos apoyamos de espalda a las rocas y culo en el suelo nos sentamos lo más pegado posible para abrigarnos entre nosotros, Aeropajito estaba ahora totalmente des ubicado del lugar al cual teníamos que llegar, sólo veíamos algo con la luz de los relámpagos y eran tan seguidos, el estruendo tan grande y tan cerca que daba miedo caminar, nos tropezábamos a cada rato y el temor principal era que literalmente nos parta un rayo. El suelo totalmente cubierto de hielo nos hacía caer a cada instante y la niebla era tupidísima, el viento helado. No podíamos creer como de un día lindo, soleado y totalmente despejado, habíamos pasado en cuestión de horas, minutos a esta tempestad. Pero las cosas empeoraban.
    Cuando se nos pasó el calor de la caminata y el frio, viento, truenos, relámpagos y granizo arreciaban, me empezó a tiritar el cuerpo de una manera incontrolable, los dientes me castañeteaban y me era casi imposible articular palabra, al poco tiempo Moisés no podía parar de temblar, yo me encontraba al medio de los dos, y nuestro guía balbuceaba o rezaba en quechua con los ojos cerrados. Cada tanto nos parábamos a sacudirnos el hielo y nos volvíamos a sentar y pensaba qué diablos hacia en esta puna a casi 5000 metros de altura, en mangas de camisa,  en vez de estar en un cine con los amigos o preparándome para una fiesta. Tenía miedo de quedarme dormido y morir congelado y cada tanto recibía o daba un codazo para comprobar que mis acompañantes estaban con vida. Serían las ocho de la noche cuando a escasos metros de donde estábamos y a nuestra derecha, cayó, seguramente por el hielo y los truenos una roca como de un metro de alto y produjo un pequeño derrumbe de piedras más pequeñas, que incluso algunas nos llegaron a caer justo al frente de donde nos encontrábamos. Esto causó que las tarucas que -sin saberlo- habían buscado el mismo refugio que nosotros y a muy poca distancia, salieran por nuestro lado en estampida, tengo grabado en la retina el flash de los relámpagos que me permitieron ver tan precioso espectáculo y tan solo a unos metros de donde nos encontrábamos, ahí pasaba mi tarucononón mas asustado que yo mismo y seguido por toda su prole.
    Rápidamente comprendí que si nos quedábamos era una muerte segura, si no congelados, con la cabeza triturada o sepultados por un alud. Tomé mi rifle y empecé a jalar a Moisés para que se reincorpore, lo mismo hice con Aeropajito, las cuevas tenían que estar cerca y me imaginaba a Marcial cocinando una sopita caliente y con hartas papas, habas, mote y algo de charqui como habíamos quedado. Les hice señas de que debíamos seguir caminando y ponernos en marcha inmediatamente y me dirigí por donde salieron los ciervos, pensaba que ellos se ubican mejor en estos lugares y de noche y que se dirigían a un lugar más seguro. Pronto aflojamos el cuerpo y aunque la tempestad continuaba, el granizo ahora era más soportable, el hielo nos llegaba en ciertas partes hasta la canilla y si te caías en un hueco, mucho más alto de la rodilla, la niebla había cedido un poco y con la luz natural de los relámpagos algo se podía ver. No teníamos linternas y desde aquella ocasión, jamás salgo sin una, aunque poco nos hubieran servido. Habría pasado una hora en la cual dando tumbos y tropezones logramos avanzar algo en la oscuridad, cuando nuestro guía, por fin, logró ubicarse con una pequeña laguna que logramos divisar con los relámpagos, la entrada de la cueva no se veía desde el ángulo por el que llegamos así que según él, debíamos volver un poco y encontraríamos, ahora sí, la ansiada cueva, los víveres, la sopa caliente, la ropa seca y las camas, a estas alturas la cueva la alucinaba como un palacio del mayor lujo. Caminamos como una media hora más y finalmente encontramos la entrada, nos animamos entre todos y nos abrazamos de alegría, nos apuramos, casi corrimos a darle el encuentro a Marcial, cuando llegamos a la entrada, me pareció raro no ver luz o una fogata, era un hueco negro y no veíamos ni mierda y pensé que sería otra cueva, pero el cholo estaba seguro, reconoció una pirquita de la entrada y decidido entro un poco dando de gritos. Marciaaaaalllllll, Marciaaaalllllll, pero nada de nada, se habrá quedado dormido esperándonos, pensé y con la tempestad y el cansancio, está seco  y roncando por ahí adentro. Recordé que tenía mi encendedor en el bolsillo  y lo prendí y se lo pasé a mi cholo para que entrara un poco y buscara a Marcial o el burro o algo carajo.  Moisés y yo cagados de frio y tiritando cada vez más, como en la ocasión anterior. Mi tan esperado palacio, mansión o lo que fuera que había imaginado olía a mierda de vaca, burro o las dos cosas, el piso estaba cubierto de eso en la entrada y al poco rato regresó el guía diciendo algo que ya era evidente:” No ha llegado el Marcial”, “este chato irresponsable, si salgo vivo de esta, yo mismo le corto las bolas mañana”,  decía el profe Moisés.  Por lo menos aquí no nos va a partir un rayo les dije y le pedí al guía que se acercara y que me describiera la cueva, su profundidad, etc., esta era un refugio de pastores de la altura y que seguramente era utilizado desde tiempos inmemoriales para el mismo fin, eventualmente acumulaban algo de leña y pasaban algunas noches, pero nunca en esta época. No había leña y Aeropajito empezó a juntar algo de bosta de vaca y cualquier cosa que fuera posible de quemar, afuera la tormenta seguía trayendo el cielo abajo y era, mal que bien, un lugar por lo menos protegido de el granizo y los rayos, aunque más helado que un frigorífico, aquí estábamos mejor que afuera. Nunca se prendió un verdadero fuego, pero había muchísimo humo y lo parecía y por lo menos mentalmente me hice la idea que el lugar empezó a calentarse un poquito, casi tomábamos las brasas con las manos para calentarnos algo, pero era imposible acercarse mucho y el humo era asfixiante, pero era lo mejor que podíamos disponer.

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