Balística de Efectos de Armas Largas

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    Balística de Efectos de Armas Largas

    Publicado por Cecilio Andrade

    La importancia de conocer la capacidad de las municiones para sacarles todo su rendimiento

    Desde el nacimiento de las armas de fuego “de mano”, se ha buscado formas de visualizar y mejorar mediante ensayos previos los efectos de una determinada munición y/o proyectiles. Animales, arcilla, sandías, garrafas o tetrabriks con líquidos coloreados de forma llamativa, y más recientemente la gelatina balística fueron los medios por los que se ha buscado visualizar previamente esos efectos físicos. Pero por muy espectaculares que parezcan en esas masas inermes, el comportamiento de un blanco humano nunca es igual, ni estallan ni se deforman, y sobre todo nunca son 100 por cien predecibles ni mucho menos repetibles.

    Existen infinidad de expresiones, casi tantas como expertos, en relación con la capacidad más o menos lesiva-incapacitante de una determinada munición. Las más comunes quizás sean killing o stoping power, en inglés, y en español poder de detención, de incapacitación o de parada. Casi todos esos conceptos están basados en la energía que las balas poseen y/o transfieren al impactar en el blanco.

    Hasta hace pocos años las pruebas no pasaban de ser simples anécdotas y sucesos aislados, amén de las autopsias posteriores que muchas veces no explicaban nada de lo sucedido en un tiroteo real. Hoy en día la balística de efectos puede considerarse una rama fuerte y vigorosa de la ciencia balística. Dos grandes expertos actuales en la misma son los autores del magnífico libro “Stoping Power”, Edward Sanow y Evan Marshall, ya por su tercera edición mejorada y revisada, y aunque versa básicamente sobre municiones de armas cortas, encontramos datos relevantes sobre munición de francotirador que es el tema que hoy nos ocupa.

    Haciendo un poco de historia y con un trabajo mucho más específico, encontramos al doctor Doyen, francés que realizó uno de los estudios sobre balística de efectos de armas largas más relevantes hasta el presente, convirtiéndose en una referencia casi obligada. Veámosla, pues.

    Un pionero

    Recabando información sobre la Guerra de Crimea y la Guerra Franco-Prusiana, junto con los ensayos realizados sobre el fusil Lebel, el primero diseñado para el empleo de munición con pólvora sin humo a nivel militar, el Dr Doyen publicó, en 1901, un estudio detallado y exhaustivo que abarca tres periodos distintos, pero en lo que a este reportaje se refiere nos ceñiremos al último, al periodo de los pequeños calibres.

    En él, las mayores presiones de las pólvoras sin humo, así como las mayores velocidades de salida y rotacionales, obligaron a encamisar completamente los proyectiles con un metal más duro que el plomo tradicional, tanto para evitar que el proyectil se saltase el estriado del cañón como que incluso se desintegrase en su vuelo por causa de la enorme fuerza centrífuga desarrollada. En este periodo distinguimos dos épocas: la de las balas romas y la de las agudas.

    Las primeras provocaban bajas sin causar grandes heridas, llegando a ser denominadas balas humanitarias. Por ello, al ser su poder de incapacitación bastante pobre, lo mejoraron gracias a inventos tales como las balas dum-dum y similares, que por sus horrorosos efectos explosivos fueron prohibidas en las Convenciones de Ginebra y de La Haya.

    En cuanto a las balas agudas o aerodinámicas, al ahusarse perdían masa ganando velocidad traslacional, poseyendo una enorme capacidad de perforación casi a cualquier distancia de empleo. Cedían muy poca energía cinética al impactar, por lo que sus heridas eran relativamente poco graves a largas distancias. Eso sí, a cortas y medias distancias el efecto era muy distinto, observándose daños explosivos en órganos blandos y cavidades grandes en masas musculares, todo ello en muchos casos sin apenas deformación del proyectil.

    Hoy, tanto tiempo después de que el doctor Doyen llevase a cabo sus estudios, casi todos los profesionales de las armas saben que, según el tipo de proyectil que se emplee, los efectos serán unos u otros. La distinción básica de blindada, semiblindada y punta hueca es bastante conocida, no siéndolo sus consecuencias, ventajas y defectos.

    Recordemos que todo proyectil produce, al impactar, la denominada cavidad permanente, la trayectoria física dentro del objetivo hasta que lo atraviesa o se detiene y, que según el tipo de proyectil del que se trate será más o menos grueso. Dependiendo de la colocación del disparo o lo que es lo mismo, lo que esa cavidad permanente atraviese, podremos deducir el daño sufrido y el periodo de tiempo necesario para lograr la incapacitación total del blanco.

    Aquí debemos tener en cuenta la potencia de penetración de la munición, según la distancia y medios a atravesar. Según la norma del FBI, son necesarios al menos 30 cm de penetración para lograr abatir un blanco, algo que la munición de francotirador excede sobradamente en condiciones normales.

    El segundo efecto — que en el caso de los proyectiles hipersónicos no es producido por el proyectil físico sino por su onda de choque– es la cavidad temporal, la que queda visualmente grabada por la explosión de sandías o las deformaciones en objetos de arcilla. Se trata, básicamente, del resultado de una transferencia de energía en milésimas de segundos de la onda de choque, en un medio relativamente fluido como es la carne humana.

    Por desgracia, la mayor parte de los estudios actuales se realizan sobre armas cortas, pistolas y revólveres con características balísticas muy distintas a las de las armas de francotirador, con balas con hasta diez veces más energía que las primeras, y por ello capaces de infligir daños mayores.

    Se considera que para que un proyectil genere una onda de choque consistente debe desarrollar una velocidad superior a 600 m/s y tener forma aguzada. Bajo estas condiciones, el efecto de cavitación o de hipervasación puede ser lo suficientemente consistente como para provocar una cavidad temporal gracias a su velocidad, potencia e instantaneidad, causando daños masivos y aparentemente explosivos.

    Un buen ejemplo de ello fueron las denuncias formuladas durante la Gran Guerra de 1914-18 contra el Ejército británico, que sustituyó sus balas romas por las aguzadas, principalmente por motivos de ahorro en materiales estratégicos, dando la falsa impresión de que empleaban balas explosivas.

    Diferentes objetivos.

    Un francotirador militar, normalmente se mueve, localiza un objetivo, dispara, tras un periodo más o menos largo vuelve a moverse a una nueva posición, localiza un nuevo objetivo, vuelve a disparar, y así durante el tiempo que la misión, la situación táctica y las características del terreno lo permitan.

    Actuará principalmente en el interior del despliegue enemigo, con varios y distintos objetivos, rodeado de patrullas que siempre podrán moverse mucho más rápido que él, que contarán con mayores medios de apoyo y con mejores conocimientos del terreno. Su solidez psicológica será puesta a prueba, de forma continua y extensa en el tiempo. Ya vimos en su momento que el más mínimo error colocará en uno de los platillos de la balanza su supervivencia.

    Debe ser maestro del enmascaramiento, del pasar desapercibido en toda situación, capaz de infiltrarse o exfiltrarse a través de las más eficaces líneas de vigilancia.

    Lo mismo puede ocurrirle a un francotirador policial en muy determinadas acciones rurales, por lo que debe ser también conocedor de estas técnicas. Pero lo habitual no es eso. La situación policial normal involucra a uno o dos sospechosos armados, que pueden haber asesinado ya o amenazar con ello, encontrándose parapetados tras una barricada y/o rehenes.

    Para hacerles frente, el francotirador policial buscará un ángulo, una posición de tiro que le permita batir el objetivo de una forma eficaz y segura para terceros, ya sean rehenes o compañeros. No se preocupará del entorno más que para conseguir una buena posición de tiro, cómoda, con buen ángulo y una mínima capacidad de pasar desapercibido.

    Aplicación de fuerza letal.

    Esta es, si cabe, la principal y más importante diferencia entre ambos colectivos de francotiradores: la forma de aplicar la fuerza letal.

    Un soldado en combate dispara sobre todo objetivo enemigo sea o no una amenaza directa para él, para sus compañeros o para civiles. Los convenios internacionales así lo contemplan y amparan. En cambio, su compañero policía solo podrá hacer uso de esa fuerza cuando el objetivo sea una amenaza directa para él, para sus compañeros, para los rehenes o para los civiles.

    Según la legalidad vigente en la mayor parte de los países del mundo, un francotirador policial solo abrirá fuego si cuenta con la autorización expresa de su jefe operativo. No obstante, siempre hay situaciones en las que, en determinados países se le permite al francotirador un pequeño margen de actuación, al margen de lo expresado, siempre en prevención de un daño mayor, y por supuesto aplicando la mínima fuerza necesaria.

    Aquí surge otro problema, en el ámbito legal: el tipo de municiones que puede emplear uno u otro francotirador. El policía podrá recurrir a cualquier tipo de munición que garantice el cumplimiento eficaz de su misión (abatir un individuo armado que amenaza una o varias vidas), al cual hay que detener de forma instantánea en el mejor de los casos. Para ello podrá utilizar munición semiblindada o incluso de punta hueca, munición con un alto coeficiente de parada del objetivo, y baja sobrepenetración. De este modo logra detener al malhechor sin correr riesgos de atravesarlo, algo más que es más probable que ocurra con munición blindada, y el consiguiente riesgo de alcanzar a un civil o a un rehén que se encuentre tras él. Evidentemente, esa munición debe ser aprobada por el organismo correspondiente.

    El Derecho Internacional de Conflictos Armados, en su capítulo 3, referente a limitaciones en la elección de medios y métodos, apartado 2, párrafo a(2), prohíbe el empleo por fuerzas militares en sus armas ligeras de todo tipo de proyectiles, salvo los completamente blindados. Ello corrobora el capítulo I, artículo 23, apartado E, de la Convención II de la Haya de 1899.

    Sobre esta cuestión ha surgido un problema jurídico internacional. Evidentemente, con la munición semiblindada y de punta hueca la cuestión está clara: totalmente prohibido su empleo en operaciones militares. Ahora bien, la munición del tipo denominado Match tiene un pequeñísimo agujero en su punta, y ahí surgió el problema al ser usada por fuerzas norteamericanas en algunas operaciones. Este agujero no fue pensado para buscar la expansión o fragmentación del proyectil, sino por cuestiones de fabricación y de búsqueda de la máxima precisión posible.

    Así fue entendido por una sentencia vinculante del Juez General US de fecha 12 de octubre de 1990, quedando autorizado el empleo de esta munición de precisión por los francotiradores militares.

    Cuestiones extraordinarias.

    Evidentemente, un reportaje de estas características, por más extenso y preciso que sea, jamás podrá cubrir todas y cada una de las posibles situaciones tácticas a las que se enfrentan las Fuerzas Armadas y policiales en el actual contexto internacional.

    Las misiones internacionales de mantenimiento de la paz pueden, y de echo lo hacen, colocar a francotiradores militares en funciones técnicamente policiales.

    Así mismo, la extensión y capacidad del terrorismo internacional coloca a las fuerzas policiales en muchas otras situaciones hasta ahora eminentemente militares, tanto los por objetivos como por entorno o por la misión.

    La cuestión más importante a la hora de desplegar estos equipos de armas es el conocer perfectamente que capacidad poseen y que posibilidad tienen, con el entrenamiento específico recibido, de cumplir la misión señalada.

    El mundo actual exige la especialización, y este colectivo de profesionales altamente cualificados, responden sobradamente a esa demanda.

    Exceso de penetraciónPara un francotirador es fundamental que su munición atraviese cuanto se interponga entre su fusil y el objetivo. Vidrios, puertas de coche, parapetos ligeros, etc, son factibles de constituir barreras que impidan la actuación con determinados tipos de municiones. Un cartucho de francotirador debe poseer la suficiente energía para penetrar a través de estos impedimentos y lograr alcanzar con precisión y potencia el objetivo.

    Pero esa característica también tiene sus riesgos, la sobrepenetración, ya que el proyectil puede atravesar el blanco y alcanzar con fuerza letal suficiente a una tercera persona (civil, rehén, compañero) situada detrás.

    Lo mejor, evidentemente, es disparar tan solo cuando tras el objetivo haya una zona segura pero, por desgracia, esto no siempre es posible. De ahí que sea necesario conocer este fenómeno para minimizar o aprovechar sus capacidades, según el caso.

    Existen tablas (normalmente militares) sobre capacidades de penetración para cada munición estándar. Con ellas es posible calcular de forma aproximada si los proyectiles pueden alcanzar con eficacia a un objetivo situado tras un obstáculo determinado.

    Estas tablas sólo ofrecen el número de cm de penetración de un determinado proyectil pero, ¿permiten calcular correcciones para mejorar la precisión?, y más importante quizás ¿el proyectil posee energía suficiente para neutralizar al objetivo?

    Respecto a la primera cuestión, las leyes de probabilidad son concluyentes: es imposible repetir exactamente un disparo preciso cuando se interponen distintos medios en su trayectoria. Únicamente será posible conseguir aproximaciones más o menos exactas.

    La segunda cuestión es quizás más difícil de contestar. A las distancias normales de tiro, a través vidrios u obstáculos ligeros, un proyectil pesado y rápido de precisión no suele tener problema con la incapacitación más o menos rápida del objetivo. Ahora bien, las dudas surgen cuando las distancias son mayores o el objetivo se encuentra mejor protegido. Hoy en día no se ha podido establecer de forma fiable la energía remanente que posee un proyectil tras un vuelo largo o después de atravesar un obstáculo más o menos sólido, cabiendo la posibilidad de que lo haga sin capacidad de lesionar, ni siquiera levemente, al objetivo.

    Algo a tener en consideración cuando existen vidas de terceros en juego.

    Munición “Match” para francotirador.

    Haciendo uso de la gelatina balística, cámaras de alta velocidad y de unos pocos cálculos matemáticos, podemos reproducir y estudiar de manera sumamente fidedigna y sobre todo contrastable, la actuación de las balas en el cuerpo humano, así como algunos de sus efectos.

    Veamos como se comporta un proyectil Match de .308 Winchester.

    A una velocidad inicial de 850 m/s en un cañón de 61 cm y un paso de estrías de 1:10, la bala abandona la boca de fuego rotando a más de 190.000 r.p.m.

    Con esa velocidad rotacional y con la de traslación que supone varias veces la del sonido, alcanza el objetivo. En ese momento su camisa exterior comienza a frenar lo que le provoca inestabilidad, haciendo que el proyectil acabe girando sobre su eje longitudinal a más de 3000 r.p.s., por lo que se parte en dos trozos que al chocar entre si salen despedidos en sentidos divergentes.

    Incluso partiéndose, se recuperan los fragmentos principales a más de 50 cm de profundidad y el más ligero a 40 cm. Como puede verse posee la capacidad de penetración suficiente según la norma del FBI.

    A grosso modo tal es el comportamiento general de este tipo de municiones.

    A modo de conclusiones

    Los efectos debilitadores de un proyectil no pueden ser calibrados con total exactitud, pero sí es posible extraer algunas conclusiones importantes.

    Las heridas más graves suelen ser las que menos dolor generan, quizás como medio defensivo interno del organismo, pero sí reducen las capacidades motoras de manera sensible.

    Cualquier herida de fusil de precisión provoca una merma sustancial en las capacidades del objetivo. Algo a tener en cuenta cuando sólo interesa reducir las de tipo ofensivo.

    El impacto de un arma corta en el torso es raramente incapacitante pero en una extremidad, por lo general, resulta masivo y destructor. Por el contrario, con un proyectil de alta velocidad de precisión un impacto en el tórax neutraliza de forma casi instantánea al sujeto, mientras en un miembro es posible que apenas logre mermar sus movimientos.

    Por desgracia, la capacidad de resistencia psíquica y física del sujeto, su posible enajenación, drogadicción o protección balística, son imponderables a tener en cuenta. Imponderables que, como la propia palabra indica, son algo imposible de evaluar pero que no por ello dejarán de estar presentes.

    Dos individuos sanos, sin rastros de droga en su organismo, ni cuadros de enajenación mental, ni protecciones físicas, pueden reaccionar de forma tan distinta como que uno caiga de un solo disparo en el hombro, y el otro necesite ser abatido de un disparo en la cabeza tras recibir varios en el tórax.

    Dentro de la Física Balística, con todas sus subramas y apartados, solo la Balística de Efectos jamás será 100 por cien repetible, calculable y contrastable siendo el ser humano quien tenga la última palabra, tanto en un lado como al otro de un arma de fuego

    El poder de la mente no entiende muchas veces de leyes físicas, como la historia se encarga de recordarnos y el profesional armado debe conocer.

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