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enero 28, 2015 a las 10:35 pm #24608luchocasMiembro
Lapra y Solivín
El padre de Héctor fue gerente de la cooperativa azucarera de San Jacinto, en Nepeña y construyo ahí reservorios e importó ganado fino para la misma, como parte de su gestión. La cosa es que uno de sus hijos, Héctor, compañero de universidad y amigo aficionado a la cacería nos invitó a casa de su prima que residía en el lugar y a buscar a sus antiguos guías de la zona: Los Longobardi, el patriarca era el “gringo”, un viejo lindo y lleno de historias de campo, como para no aburrirse en un millón de campamentos. Había sido trabajador de la cooperativa y encargado, por su afición a cazar, de proveer de carne de los cebúes asilvestrados de la cooperativa, por medio de su Winchester 44.40. Incursiones en que alguna vez lo acompañamos. Tenía ya todo organizado con las mulas, los despostadores y un equipo dedicado a esto que puso a los vacunos sobrantes de las lomas, muy, pero muy astutos a la hora de cazarlos, lo que y por supuesto, lo hacía también mucho más entretenido, pero esa es otra historia. Sus hijos todos aficionados a caminar los cerros eran contemporáneos nuestros y siempre animados cazadores. El gringo era bajo de estatura, pero fuerte y empeñoso como él solo y todo un estratega y conocedor de sus cotos de caza, a los que nos llevó siempre con magníficos resultados. De pelo blanco y ensortijado, ojos claros y de ahí su apodo, lo recuerdo siempre con mucho cariño por su don de gente y buen trato. Años después y mientras residía en Chile, me enteré que se lo llevó la epidemia del cólera, pero ahí me está esperando con otros para llevarme a los datos donde están los grandes (cuando me toque).
Yo personalmente ya conocía la zona por unas cacerías anteriores con Moisés con unos guías de Chimbote que trabajaban en la municipalidad o algo así y la verdad que habían venados como mierda y para todos. En nuestra primera incursión con ellos nos encontramos con tres grupos diferentes de cazadores y todos habían cazado, lo que nos obligó a cambiar de cerro en el camino varias veces.
El gringo en esta ocasión nos llevó a Lapra y Solivín, dejábamos la camioneta en una curva del camino y nos metíamos por una quebrada de subida suave y que remataba en un portillo con un ascenso muy parado. A la vuelta y luego de unos minutos se llegaba a una casita de adobe, pero muy cómoda que era nuestro refugio y campamento base. Los venados un día tranquilo los podías ver desde la puerta. Era un antiguo campamento de los chivateros de la zona, uno de ellos de apellido Jaramillo, que era un cazador de la gran puta y se estaba limpiando poco a poco los venados de la comarca. Y si no lo había logrado todavía, era porque había muchos.
Este tipo de gente son los depredadores principales de nuestra fauna, con sus perros y sus chivos van haciendo mierda todo y si le das una escopeta, ese es el fin. Se alimentaba exclusivamente de carne de venado, y sus perros lo mismo. Pero no se comía un cabrito de su rebaño por ningún motivo y estoy seguro que no conocía ni el sabor de su carne. Su principal riqueza es su rebaño, el que aumenta o disminuye según la cantidad de pasto o las lluvias que caigan, pero estos chivos, y sus dueños, pastoreando en las lomas de todo el país, son los principales depredadores de nuestra flora y fauna. Y nadie los detiene o los prohíbe, y se abastecen de carne con los venados o guanacos y cortan los pocos árboles de la zona que terminan quemándolos a un ritmo que la naturaleza no es capaz de reponer. ¿Dónde están los ecologistas que nos hacen mierda a los cazadores y permiten esto? Pero sigamos con el cuento.Los terrenos de Lapra y Solivín pertenecen a la cooperativa San Jacinto, otro de los recuerdos del nefasto gobierno militar y la reforma agraria de Velasco. Son unas quebradas y cadenas montañosas que pronto se convierten en los contrafuertes de la cordillera negra y que son terrenos aun libres y poco trajinados que son el lugar de los venados protagonistas de esta historia. El gringo y sus hijos conocían perfectamente el lugar, sus aguadas y los paraderos donde levantarnos los venados. También conocían los portillos por donde estos se escapaban cuando los batían en las quebradas y siempre te dejaban en un lugar donde estabas seguro que te pasarían muy cerca. Fuimos a estos predios muchas veces en compañía de José, Mario, el “chato” su concuñado, Gerardo P., etc. La fotografía que acompaña esta historia fue para el matrimonio de Héctor si no me equivoco. Recuerdo otra ocasión en que no habiendo cazado nada, nos regalaron un cabrito que traíamos vivo en el caballo y ya cerca de la carretera, este dio un mal paso rodándose en el peor sitio de la subida. Aunque al caballo no le pasó nada el cabrito se hizo mierda en la caída y tuvimos que pelarlo y limpiarlo en el camino.
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